Decido escribir esta columna motivado por la aparición hace un rato en las cuentas oficiales de Twitter® tanto de los clubes Belgrano (@Belgrano) como de Talleres (@CATalleresdecdba), equipos de alta rivalidad, ambos de la ciudad de Córdoba, Argentina, de un mensaje que reza “Somos amigos, parientes, parejas, compañeros de colegio o trabajo. No nos peleemos en una cancha de fútbol”, para concluir con el mensaje en Hashtag #NoSomosEnemigos. No cabe duda; es un lindo esfuerzo destinado a evitar la violencia en las canchas y estadios de fútbol, pero lamentablemente muy tardío… Tuvo que morir una persona en un estadio de esa localidad del país vecino para que surgiera este ahora llamado desesperado a controlar actos y frases conducentes justamente a lo que ocurrió: escalar por el camino de la beligerancia desmedida, ilimitada e irracional, hasta llegar a los peores extremos como en este caso fue la pérdida de la vida de alguien de quien tal vez su único pero mayor y gran pecado haya sido ser justamente parte de esa misma irracionalidad. El control interno, el auto-control para ser más preciso, de estos grupos organizados al interior y/o dominantes de las barras – grupos que lamentablemente en nuestro país también tenemos – se convierte por lo tanto en la única herramienta efectiva, además de gratuita, rápida y pacífica, para lograr eliminar de raíz hechos como estos. Solo la organización responsable de ellos mismos y la conducción que a sus integrantes les den sus líderes, parecen la fórmula correcta para que los desbordes de conducta tengan un límite. Por el contrario, si quienes manejan a aquellos grupos de fanáticos carecen del poder básico para controlar a sus seguidores, poco, muy poco aparte de la acción cada vez más enérgica de las policías, se puede esperar en el sentido de lo que se quiere evitar. Si la hinchada que cometió el asesinato en Córdoba era conducida por algún líder responsable, el mismo líder se convierte en co-autor de un homicidio que como guía o referente estaba llamado a evitar. No se puede ser el jefe, el líder, el que más alza la voz o el que golpea la mesa tan sólo para la foto o para obtener beneficios. Además de lo anterior, lo debe ser para hacerse cargo de lo que sus dirigidos hagan o dejen de hacer.
Por eso, cobra valor que de parte de los clubes involucrados haya surgido el mensaje #NoSomosEnemigos. Porque en él se involucra el concepto de que quienes están al otro lado de la cancha son ni más ni menos que quienes hacen posible que los de este lado tengan al frente a un cuadro ante el cual medirse. Es la esencia de un deporte en el que la oposición y la competencia lo hace factible de existir. (A nadie le interesaría ir a una cancha de fútbol, pagar una entrada, comprar camisetas, suscribirse a transmisiones televisivas o solicitar autógrafos y fotos, de los integrantes de un equipo que juega solo, sin rivales. Ridículo, pero es la verdad.) Del otro lado del campo de juego debe haber siempre otro, con un color diferente de camiseta, con su propio público, cantos y banderas, que permitan a los nuestros demostrar si somos o no mejores. Pero entendiendo que todo lo anterior jamás los convierte en enemigos.
Ese mensaje, que es importante que venga de los clubes como ahora ocurrió, es fundamental que sea una verdadera oración, internalizada por los integrantes de quienes tienen el legítimo derecho a gritar, a apoyar y a cantar por su equipo, pero a quienes no les asiste derecho alguno a hacerlo con violencia sobre los rivales o las instalaciones de una cancha de fútbol. Ni una ni otra cosa, los hinchas o los estadios, son enemigos a quienes se les exprese odio por lo tanto y se les busque destruir si las cosas en la cancha no ocurren como el adherente a un determinado club quisiera. Para verlo en más sencillo, cuando usted pierde un partido de taca-taca, no resuelve nada destruyendo el implemento que le permite divertirse o distraerse, además de medirse con su oponente, ni mucho menos liquidar a quien le ganó.
Otro factor importante es que desde el propio medio no surjan situaciones que den motivos a los de cabeza más caliente para generar violencia. Desde algunos de los medios de comunicación por ejemplo en los que algunos panelistas, movidos por sus propias aspiraciones o frustraciones, claman por castigos severos a los jugadores de los equipos que ellos consideran sus enemigos. De los mismos jugadores que simulan, simulan, y vuelven a simular faltas inexistentes en área rival sin ser sancionados (y con el silencio cómplice de aquellos mismos comentaristas). Y de los árbitros. Que cuando aplican correctamente una medida disciplinaria nunca son criticados…, hasta que demuestran no tener el mismo criterio para una falta similar del equipo contrario… Eso es lo que ha puesto en evidencia Johnny Herrera, y lo ha hecho con el mayor respeto en tanto ha manifestado lo que todos hemos visto desde afuera. Ha declarado su desazón, no un lloriqueo ni mucho menos un reclamo, al constatar que hay quienes parecen dirigir con dos códigos de disciplina diferentes al mismo tiempo. Uno para los rivales, contemplativo, y otro para nosotros mucho más severo. Nadie discute que la falta cometida por Gonzalo Espinoza en Antofagasta mereció la sanción que recibió. Este columnista lo conoce y sabe que Gonzalo no entra jamás a una cancha decidido a lesionar a un compañero de profesión, pero fue impetuosamente imprudente con Cabrera. Pero no se puede negar que de parte del rival hubo al menos 3 faltas tanto o más fuertes que la de Espinoza, que no recibieron el mismo tratamiento por parte del árbitro Ulloa. Y eso, claro que exaspera, nubla la vista y pone en riesgo que se pueda desatar la violencia.
Quizás no como para generar la atrocidad ocurrida en Córdoba pero, para que explote la bomba, el encendido de la mecha parece un hecho menor y al final del recorrido termina siendo el factor clave. Nada que ‘encienda la mecha’ es aconsejable porque, y que se entienda bien, en el fútbol #NoSomosEnemigos.
Por Jaime Aguirre, para www.100x100azules.
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